viernes, 4 de diciembre de 2015

LA HISTORIA DE DOROTEA: DESCRIPTIO PUELLAE


LA HISTORIA DE DOROTEA

Observad este cuadro de Tintoretto: SUSANA Y LOS VIEJOS

Leed el capítulo XXVIII

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; la cual prosiguiendo su rastrillado, torcido y aspado hilo, cuenta que así como el cura comenzó a prevenirse para consolar a Cardenio, lo impidió una voz que llegó a sus oídos4, que, con tristes acentos, decía desta manera:
—¡Ay, Dios! ¡Si será posible que he ya hallado lugar que pueda servir de escondida sepultura a la carga pesada deste cuerpo, que tan contra mi voluntad sostengo! Sí será, si la soledad que prometen estas sierras no me miente. ¡Ay, desdichada, y cuán más agradable compañía harán estos riscos y malezas a mi intención, pues me darán lugar para que con quejas comunique mi desgracia al cielo, que no la de ningún hombre humano5, pues no hay ninguno en la tierra de quien se pueda esperar consejo en las dudas, alivio en las quejas, ni remedio en los males!
Todas estas razones oyeron y percibieron el cura y los que con él estaban, y por parecerles, como ello era, que allí junto las decían, se levantaron a buscar el dueño, y no hubieron andado veinte pasos, cuando detrás de un peñasco vieron sentado al pie de un fresno a unI mozo vestido como labrador, al cualII, por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba los pies en el arroyo que por allí corría, no se le pudieron ver por entonces, y ellos llegaron con tanto silencio, que dél no fueron sentidos, ni él estaba a otra cosa atento que a lavarse los pies, que eran tales, que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido. Suspendióles la blancura y belleza de los pies, pareciéndoles que no estaban hechos a pisar terrones, ni a andar tras el arado y los bueyes, como mostraba el hábito de su dueño; y así, viendo que no habían sido sentidos, el cura, que iba delante, hizo señas a los otros dos que se agazapasen o escondiesen detrás de unos pedazos de peña que allí había, y así lo hicieron todos, mirando con atención lo que el mozo hacía, el cual traía puesto un capotillo pardo de dos haldas7, muy ceñido al cuerpo con una toalla blanca. Traía ansimesmo unos calzones y polainas de paño pardo, y en la cabeza una montera parda. Tenía las polainas levantadas hasta la mitad de la pierna, que sin duda alguna de blanco alabastro parecía. Acabóse de lavar los hermosos pies, y luego, con un paño de tocar, que sacó debajo de la montera, se los limpió; y al querer quitársele, alzó el rostro, y tuvieron lugar los que mirándole estaban de ver una hermosura incomparable, tal, que Cardenio dijo al cura, con voz baja:
—Esta, ya que no es Luscinda, no es persona humana, sino divina.
El mozo se quitó la montera, y, sacudiendo la cabeza a una y a otra parte, se comenzaron a descoger y desparcir unos cabellos que pudieran los del sol tenerles envidia. Con esto conocieron que el que parecía labrador era mujer, y delicada, y aun la más hermosa que hasta entonces los ojos de los dos habían visto, y aun los de Cardenio si no hubieran mirado y conocido a Luscinda: que después afirmó que sola la belleza de Luscinda podía contender con aquella. Los luengos y rubios cabellos no solo le cubrieron las espaldas, mas toda en torno la escondieron debajo de ellos, que si no eran los pies, ninguna otra cosa de su cuerpo se parecía: tales y tantos eran. En esto les sirvió de peine unas manos, que si los pies en el agua habían parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban pedazos de apretada nieve; todo lo cual en más admiración y en más deseo de saber quién era ponía a los tres que la miraban.
Por esto determinaron de mostrarse; y al movimiento que hicieron de ponerse en pie, la hermosa moza alzó la cabeza y, apartándose los cabellos de delante de los ojos con entrambas manos, miró los que el ruido hacían, y apenas los hubo visto, cuando se levantó en pie y, sin aguardar a calzarse ni a recoger los cabellos, asió con mucha presteza un bulto, como de ropa, que junto a sí tenía, y quiso ponerse en huida, llena de turbación y sobresalto; mas no hubo dado seis pasos, cuando, no pudiendo sufrir los delicados pies la aspereza de las piedras, dio consigo en el suelo. Lo cual visto por los tres, salieron a ella, y el cura fue el primero que le dijo:
—Deteneos, señora, quienquiera que seáis, que los que aquí veis solo tienen intención de serviros: no hay para qué os pongáis en tan impertinente huida, porque ni vuestros pies lo podrán sufrir, ni nosotros consentir.
A todo esto ella no respondía palabra, atónita y confusa. Llegaron, pues, a ella, y, asiéndola por la mano, el cura prosiguió diciendo:
—Lo que vuestro traje, señora, nos niega, vuestros cabellos nos descubren: señales claras que no deben de ser de poco momento las causas que han disfrazado vuestra belleza en hábito tan indigno, y traídola a tanta soledad como es esta, en la cual ha sido ventura el hallaros, si no para dar remedio a vuestros males, a lo menos para darles consejo, pues ningún mal puede fatigar tanto ni llegar tan al estremo de serlo (mientras no acaba la vida), que rehúya de no escuchar siquiera el consejo que con buena intención se le da al que lo padece. Así que, señora mía, o señor mío, o lo que vos quisierdes ser, perded el sobresalto que nuestra vista os ha causado y contadnos vuestra buena o mala suerte, que en nosotros juntos, o en cada uno, hallaréis quien os ayude a sentir vuestras desgracias.>>

 SONETO XXIII (Garcilaso)
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;
   y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;
   coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
   Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.

Luis de Góngora

(1561-1627) Mientras por competir Mientras por competir con tu cabello, oro bruñido al sol relumbra en vano; mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lilio bello; mientras a cada labio, por cogello. 5 siguen más ojos que al clavel temprano; y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello: goza cuello, cabello, labio y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada 10 oro, lilio, clavel, cristal luciente, no sólo en plata o vïola troncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

SONETO XIII (Garcilaso)
A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!
¿Quién es Dorotea? ¿Qué relación tiene con la princesa Micomicona?

Busca el significado de "heterónimo" y "onomástica".

Descripción de Dulcinea en el capítulo XXV
Bien la conozco dixo Sancho, y se dezir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha, y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo cualquier caballero andante o por andar que le tuuiere por señora ... que rejo tiene y que voz: se dezir que se puso un día encima del campanario del aldea, a llamar unos zagales suyos, que andauan en un barbecho de su padre, y aunque estauan de allí más de media legua, así la oyeron como si estuuieran al pie de la torre y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa porque tiene mucho de cortesana, con todos se burla y de todo hace mueca y donayre. Aora digo, señor cauallero de la Triste Figura, que no solamente puede y deue vuesa merced hazer locuras por ella sino que con justo título puede desesperarse, y ahorcarse, que nadie aurá que lo sepa que no diga que hizo demasiado bien: y querría ya verme en camino sólo por verla, que ha muchos días que no la veo, y deue de estar ya trocada porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al ayre. Y confieso a vuestra merced vna verdad, señor don Quixote, que hasta aquí he estado en una grande ignorancia que pensaba bien y fielmente que la Señora Dulcinea deuia de ser alguna princesa, de quien vuestra merced estaua enamorado, o alguna persona tal, que mereciesse los ricos presentes que vuestra merced le ha enuiado: assi el del Vizcaíno como el de los galeotes, y otros muchos que deuen de ser muchas las victorias que, vuestra merced ha ganado y ganó en el tiempo que yo aún no era su escudero. Pero bien considerado, ¿qué se le ha de dar a la señora Aldonza Lorenzo, digo a la señora Dulcinea del Toboso, de que se le vayan a hincar de rodillas delante della, los vencidos de vuestra merced enuia y ha de enuiar? Porque podría ser que al tiempo que ellos llegasen, estuviese ella rastrillando lino, o trillando en las eras y ellos se corriesen, de verla y ella se riesse y enfadasse del presente.

DESCRIPCIÓN QUE DON QUIJOTE HACE A VIVALDO DE DULCINEA

Aquí dio un gran suspiro don Quixote; y dixo: yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé dezir (respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide) que su nombre es Dulcinea, su patria el Toboso, un lugar de la Mancha: su calidad por lo menos ha de ser de princesa, pues es Reyna y Señora mía. Su hermosura sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos, atributos de belleza que los poetas dan a sus damas. Que sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad, son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas y no compararlas. El linaje, prosapia y alcurnia querríamos saber, replicó Vivaldo. A lo cual respondió don Quixote: no es de los antiguos Curcios, Gayos y Escipiones Romanos, ni de los modernos Colonas Vrsinos; ni de los Moncadas y Requesenes de Cataluña; ni menos de los Rebellas y Villanouas de Valencia; Palafoxes, Nucas, Rocabertis, Corellas, Lunas, Alágones, Urreas, Fozes y Curreas de Aragón; Cerdas, Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla; Alencastros, Palias, y Meneses de Portugal: pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje aunque moderno, tal que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros siglos. Y no se me replique en esto, sino fuere con las condiciones que puso Cerbirio al pie del trofeo de las armas de Orlando que dezía: «Nadie las mueva que estar no pueda con Roldán a prueba».

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