El próximo jueves estará entre nosotros la vigésimo tercera edición del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (DRAE). El nuevo diccionario tiene 93.111 entradas (unas 9.000 más que el anterior), recoge 195.439 acepciones (entre ellas cerca de 19.000 americanismos) y ocupa 2.376 páginas.
Costará 99 euros y tendrá, según la RAE, una tirada en España de 55.000 ejemplares. Su redacción ha tenido en cuenta la Nueva gramática, la Ortografía y el Diccionario de americanismos. En él encontramos términos que no aparecían antes. Son el caso de precuela, interactuar, tuit, tuitear, serendipia, impasse, multiculturalidad,feminicidio, hacker, externalizar y spa. Pero no estarán, algunas otras que ya usamos como link, cronopio, clicar, teocentrismo, identitario, choni, retroalimentar, vintage,pibón y táper, que tendrán que esperar para, según la RAE, confirmar si su uso es efímero o si se consolidan.
El DRAE anterior data de 2001. Desde 2003 tiene una versión electrónica gratuita que ha sido objeto de 21.000 actualizaciones. Recibe de media 1,3 millones de consultas diarias. La mayoría llega desde España, México, Argentina, Estados Unidos y Colombia. La nueva edición que se presenta la semana que viene no estará, por ahora, disponible en la Red, solo en papel.
Si el futuro de los repertorios lexicográficos es digital, el futuro del español es americano. Mucho ha llovido desde que a finales del siglo XV Nebrija incluyera en su vocabulario hispanolatino la primera palabra americana del castellano: canoa.
Guía para un español sin
uniforme
¿Qué puede llevar a subtitular en español una
película hablada en español? La risa. En septiembre de 2000, durante la
proyección en el Festival de San
Sebastián de la mexicana La perdición de los hombres, el productor José
María Morales reparó en una paradoja: los españoles no se reían; los
extranjeros que seguían los subtítulos en inglés, sí. La cinta ganó la Concha de Oro y Morales la llevó a las salas subtitulándola en español de España.
Director de Wanda Films y exvicepresidente de la Federación Iberoamericana de Productores Cinematográficos y
Audiovisuales (FIPCA), Morales
explica aquella decisión: “Lo importante es que las películas viajen. A Ripstein [el director] y a Paz Alicia Garciadiego [guionista] les
pareció bien”. Con un recurso tan poco habitual trataba de sortear la barrera
de los arcaísmos mexicanos de la película. “Para el productor de títulos como La teta asustada (Perú) o
XXY (Argentina), “los
modismos son una riqueza; estoy en contra de uniformar la lengua. ¿La solución?
Para las obras más autorales, subtítulos. Para las destinadas a un público
general, promoción. Antes había más semanas de cine en español. Eso ayudaría a
que el espectador se adaptara”.
El mes pasado, el argentino Damián Szifron llevó al mismo festival Relatos salvajes, escrita y dirigida por él y producida por El Deseo,
la factoría de los hermanos Almodóvar.
Sabiendo que su película tendría una vida internacional, ¿evitó los localismos?
“Las particularidades de los idiomas me resultan atractivas”, responde Szifron. “Mientras imagino, permito que
los personajes se expresen con libertad olvidándome de que se trata de una
película”. Reconoce, eso sí, que cuando la productora española se involucró en
el proyecto, él volvió sobre el guion: “Lo leí cuidadosamente para cerciorarme
de que la incomprensión de alguna frase central no interrumpiera la fluidez de
las historias”. No cambió nada: “Tanto a Pedro
y Agustín [Almodóvar] como a Esther
García [la directora de producción] les pareció que las pequeñas extrañezas
de nuestra forma de hablar incluso enriquecían la experiencia del espectador”.
¿Y qué le parece la solución de los subtítulos? “No estaba al tanto de que se
hacía”, dice. “Mientras se pueda evitar, mejor. El cine narra con muchas
herramientas. El diálogo es fundamental, pero hay otras, y las expresiones de
los actores, por ejemplo, completan el sentido de las oraciones. Si bien puede
haber alguna pérdida, me parece tolerable; sucede cada vez que leemos un libro
traducido o vemos una película doblada. Algo ganamos y algo perdemos. Pero es
cierto que cuando se habla muy cerrado o en jerga, el espectador ajeno a esos
códigos lo puede padecer”.
Pese a lo chocante del recurso, los subtítulos
son una excepción. Lo habitual es que los padecimientos de los espectadores
queden mitigados por el contexto gracias a la homogeneidad del español. Cuando
el lingüista mexicano Juan Manuel Lópe
Blanch comparó el léxico del DF con el de Madrid llegó a la conclusión de
que el 97% de las palabras eran comunes. Lo cuenta Darío
Villanueva en su
despacho de la Real Academia Española. La corporación de la que es secretario y la
asociación que reúne a las 22 academias de América y Filipinas lanzarán el
próximo jueves una nueva edición del Diccionario
de la lengua española. La última apareció en 2001. Con 93.111 artículos
(por 84.431 de la anterior) desplegados en 2.376 páginas y a un precio de 99
euros, será la 23ª desde que en 1780 el primer repertorio de uso relevara a los
seis tomos del venerable Diccionario
de autoridades, de 1726. Dejando a un lado que incluya términos como tuitear, feminicidio, precuela, hacker o externalizar, ¿qué lo hace especial? Al menos tres cosas:
que si la RAE nació en 1713 (con 8
miembros, hoy son 46) fue para hacer un diccionario con criterios modernos, que
no será el último en papel, pero sí el último pensado para aparecer antes en
papel que en versión electrónica, y que será el más panhispánico: 19.000 de sus
casi 200.000 acepciones son americanismos.
A los factores del presente se le suman además
los del pasado. A partir de 1820, con las independencias de las repúblicas
americanas, algunos le auguraron al castellano una fragmentación similar a la
del latín. Pese a extravagancias como la de proponer el francés como lengua
oficial para Argentina, lo cierto es que el español sirvió como elemento de
cohesión de los Estados recién nacidos: en muchos de ellos, la dispersión de
las lenguas indígenas hacía necesaria una común. Con todo, el presidente
argentino Domingo F. Sarmiento
promovió una ortografía que reflejara, por ejemplo, el seseo mayoritario en
América: en lugar de ceniza
se escribiría senisa. Por
entonces, y para atajar el cisma, la RAE
nombró académicos correspondientes al otro lado del Atlántico y animó la
creación de sus academias. La primera, en 1870, la colombiana. La
ecuatoguineana está hoy en fase de constitución en África. “Con las academias
de América”, explica Villanueva, “se
estabiliza la norma gramatical y ortográfica, que luego, y esto es clave, se
difunde en el sistema educativo”.
No obstante, el español de España siguió
funcionando como patrón de prestigio. Hasta 1934 no se permitió sustituir patata por papa en documentos oficiales argentinos. Tal vez por eso José Antonio Pascual habla de la importancia de las mentalidades.
Además de vicedirector de la RAE, Pascual es el responsable del Diccionario histórico, una obra exclusivamente digital que ha
completado 1.000 de sus 75.000 entradas (que podrían llegar a 150.000). La
falta de medios hace ser pesimista a Pascual,
un erudito bienhumorado que colaboró con Joan
Coromines en su mítico diccionario etimológico. “En el Histórico trabajan tres personas”, dice. “A 200 palabras por
persona y año, calcula”. Dado que su trabajo consiste en seguir el rastro a
todas las palabras que han existido en español —“las que encontremos”, matiza
él—, ¿podría decirse que ese idioma es más global que nunca? “Sí”. Tras evocar
la globalización de la aldea hispana, Pascual
añade una razón: “Ahora estamos a favor”. Y se explica: “No hay nada en la
lengua que no exija una adaptación mental. Pensemos que la gramática
recomendaba en los años treinta evitar el seseo, ¡el seseo! Yo mismo hace años
corregí en mi ejemplar de una novela de Vargas
Llosa la expresión ‘de rompe y raja’ tomándolo por un error. La literatura
hispanoamericana, su calidad y su difusión, ha ayudado mucho. Y la televisión.
En Salamanca puedes oír chévere
por influencia de los culebrones”. La lengua, dice Pascual, se ha vuelto más homogénea y más “distinta” a la vez: “Hoy
la norma no tiene un solo foco”. Hay además palabras de ida y vuelta. “Ahora se
usa en informática, pero los de mi generación empezamos a oír amigable por las traducciones
chilenas y argentinas de las novelas policiacas”, cuenta. “En España se decía amistoso, que es más reciente,
lo tradicional aquí era amigable.
Como se sabe que coger es un
tabú en ciertos países, muchos hablantes tienden a evitarlo. Por cierto, es un
verbo que se usaba mucho en las definiciones de los diccionarios y ahora
tratamos de corregirnos”.
Al otro lado del
Atlántico, Pedro Luis Barcia, expresidente
de la Academia Argentina, reconoce que la política panhispánica da sus
frutos: “Se ha aventado la desconfianza americana acerca de que cada español
tenía un emperador idiomático en el bolsillo, porque hemos superado complejos
de inferioridad y hoy nos sentimos herederos de todo el español. ‘Todo lo que
hablamos lo hablamos entre todos’, diríamos con variante de la frase que Giner de los Ríos escuchó al labriego.
La convivencia de las diferentes regiones lingüísticas con sus propias normas
cultas diferenciadas ha consolidado esta perspectiva renovadora. En mi pueblo
decimos que somos más desconfiados que un tuerto con dos canastas: hemos
empezado a confiar en todos los partícipes de la ASALE [la asociación de academias]”.
La confianza de Barcia vale el doble si se piensa que
fue muy crítico con la Ortografía
académica publicada hace cuatro años. No le gustó que propusiera opciones en
lugar de dictar normas y atribuye al peso de México y España algunas decisiones polémicas.
Baste pensar en el incendio provocado por el baile de nombre de las letras: la i griega como ye o la be baja/corta
como uve. “Hay”, dice el académico
argentino, “dos imperios, el español y el azteca, que deben convivir sin
imponer sus razones: uno, la histórica, y el otro, la numérica [México
es el país con más hispanohablantes del mundo]. Y en medio estamos los demás.
Si no hay acuerdo, cada cual dispara para su feudo. Si en algo debemos ceder
todos es en favor de la simplificación del código ortográfico, que es, junto a
la rotundez del fonético en español, una afirmación de unidad interna y un
reaseguro para la expansión como segunda lengua”. Pero ¿no es la opcionalidad
una forma de respeto a la diversidad? “La opcionalidad es el cáncer de la
ortografía. La diversidad la podemos mantener en el léxico, en la fraseología,
en las tonadas…”.
Después de apuntar
“un detalle erudito desconocido: el primero que usó la voz panhispánica fue Amado
Alonso, en 1927, en una revista argentina, El Hogar”, Barcia
admite que el español es hoy más global que antes y que los hablantes aceptan
mejor las variantes regionales que les son ajenas: “El crecimiento es lento
pero firme. El negocio económico de la lengua empuja a ello (las traducciones,
las películas, las telenovelas). Es una causa interesada en lo suyo que ayuda a
todos y beneficia al poder expansivo del español. El criterio de optar por la
voz que usa el mayor número de hablantes es muy lícito. Hoy estamos, en la
mayoría de las naciones que hablan la lengua común, en un 95% de español
general y un 5% de local. La versión en línea de los diarios ayuda. La radio,
la vía más penetrativa, sigue demasiado atada a lo regional, por su impronta
coloquial. Lo probamos cada día que las variantes locales se allanan sin mucho
esfuerzo entre los hablantes”.
La editora Adriana Hidalgo comparte la opinión de su compatriota sobre la
facilidad para sortear localismos, pero con matices. Lo que en una obra
original es riqueza, en una traducción puede ser un chasco. Y recuerda una
versión de Salinger con la palabra gilipollas en la primera página:
“Sabiendo que el autor no es español, como que me hacía ruido”. Trata de que
las traducciones de su editorial, que a veces vende a algún sello español,
estén hechas en un “lenguaje puro”. De entrada, usan el tú y no el vos.
“No se nos ocurriría hablar de tú, pero sí lo leemos. Pensamos en un
término usado en todas partes, no en uno porteño. Todo sin caer en lo aséptico,
porque no suena lindo”.
Según la mexicana Selma Ancira, Premio
Nacional de Traducción en España en 2011 y Premio de Traducción Literaria Tomás
Segovia en
México en 2012 por sus versiones
del ruso y el griego moderno, hay textos que piden localismos y textos que
piden neutralidad. Afincada en Barcelona desde hace 28 años, Ancira trabaja tanto para editoriales
mexicanas como españolas y lo primero que necesita saber es a quién se dirige
“para emplear, por ejemplo, el vosotros de ustedes o el ustedes
de nosotros”. A veces la diversidad es una aliada. Cuando tradujo Loxandra, una novela de María Iordanidu que transcurre en
Estambul y en Atenas, usó el español de México para el primer escenario y el de
España para el segundo. “El carnicero a veces ofrecía guajolote, a veces pavo”,
cuenta. “Así el lector en español sentía las diferencias que siente el lector
original con el griego de cada ciudad. Hay que ensanchar las fronteras del
español, no hacerlas más angostas. Si lo encerramos, lo empobrecemos. A veces
una pincelada da alas a la traducción: cuando está resuelta con sensibilidad no
se ve al guajolote”. Hay además un género con el que tiene especialmente
presente al receptor de cada país: el teatro, donde la naturalidad es
innegociable. “Aunque no adaptamos a Valle-Inclán
para representarlo en Veracruz”, matiza. “Algún día le pasará a las
traducciones. Cuando hayamos ensanchado las fronteras”.
Entretanto, el
mundo sin fronteras del ciberespacio también tiene sus leyes. El próximo 29 de
octubre, la editorial Planeta
publicará en todos los países de habla hispana After. En mil pedazos, primera entrega de una tetralogía escrita por la
estadounidense de 25 años Anna Todd
y traducida por Vicky Charques y Marisa Rodríguez. La novela, nacida
como fenómeno de fan fiction (sobre
el grupo One Direction), generó mil millones de impactos en la plataforma Wattpad antes de convertirse en libro. Para explotar
debidamente el filón, Planeta ha
salpicado el primer tomo con números que remiten a una aplicación en la que el
lector debe responder a una pregunta. La respuesta es una palabra escrita en la
página de la que partió. Si acierta, el lector accede a contenidos extra. La
editora María Guitard cuenta que al
seleccionar esas palabras buscaron términos universales: vida, libro,
verdad, mensaje… De las 50 de la lista, tan solo uno no pasó la criba del
español global: magdalena. En México le dicen panquecito.
Tuvieron que buscar otro para que el invento funcionara. También el marketing
—en castellano antiguo, mercadotecnia— quiere ser panhispánico. Por eso hablan
de los fans del libro como de “la comunidad que nunca duerme”. Lo mismo podría
decirse de las palabras del diccionario.
Al español, no
obstante, le queda una prueba de fuego. Hasta ahora ha convivido en España y
América con lenguas minoritarias. En Estados Unidos la población hispana ronda
los 52 millones
pero tiene como vecino al inglés. ¿Afectará a su homogeneidad la vecindad del
gigante? “Todo dependerá de que los hispanounidenses tengan acceso a la
educación”, contesta Gerardo
Piña-Rosales,
director de la Academia Norteamericana de la Lengua
Española (ANLE), que se queja del “triunfalismo huero” de los políticos
españoles: “Se les cae la baba cada vez que hablan de los hispanos en EEUU.
Pero, ¿qué ha hecho el Gobierno español por una institución como la ANLE? Nada”.
De vuelta a la
lingüística, y dado que en Nueva York o Los Ángeles conviven hablantes de
español de muchas procedencias, ¿la lengua se vuelve homogénea limando
localismos de origen? ¿Qué idioma resulta? Precisamente, la Academia Norteamericana tiene una
comisión dedicada a estudiar la posibilidad de crear una norma del español en
los EEUU. “Nos parece un problema fundamental”, cuenta Piña-Rosales. “Por ejemplo, tratamos de utilizar un español, no
diría neutro, pero sí universal. Me refiero, por ejemplo, al uso del español en
los documentos oficiales del Gobierno de los EEUU, con el que hemos firmado un
convenio. A veces el problema no está en evitar un localismo sino en que el
español que se emplee haga referencia a una realidad cultural estadounidense.
En otras palabras, no traducimos palabras, sino conceptos”. Respecto al esplanglish,
objeto de grandes temores, la anterior edición del RAE —y todavía su edición digital—
lo definía como “modalidad del habla de algunos grupos hispanos de los Estados
Unidos, en la que se mezclan, deformándolos, elementos léxicos y gramaticales
del español y del inglés”. Esa definición, aclara Gerardo Piña, no es la que propuso la ANLE. En la edición impresa del DRAE que se presenta la semana que viene se ha modificado
esa definición: desaparece el término deformándolos. "Nosotros no
hablamos de deformación, porque nos parece demasiado simplista". Su
opinión ha pesado. Como los diccionarios, el español de hoy tiene miles de
voces.
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