miércoles, 7 de agosto de 2013

LA ALEGORÍA Y EL MISTERIO DE LA CONDICIÓN HUMANA EN "LA PIEL FRÍA" DE ALBERT SÁNCHEZ PIÑOL

El antropólogo Albert Sánchez Piñol ha tenido un gran éxito en San Jordi este año con su última novela Victus, Barcelona 1714 (2012)  . La mayor parte de su obra está escrita en catalán y, por tanto, está traducida al castellano. Su primera novela publicada fue La piel fría (La pelle freda)(2002) y obtuvo el Premio Ojo Crítico de RNE.
Esta novela, publicada por Edhasa en 2003(8,50€), tiene como protagonista a un oficial atmosférico, un huérfano y ex guerrillero irlandés que ha luchado por la liberación de Irlanda, pero que decepcionado por los resultados la abandona. Busca un destino lejano y solitario y va a ser en la isla en la que van a ocurrir los hechos y el encuentro con el otro protagonista Batís Caffó (Un batiscafo o batíscafo es un pequeño vehículo de inmersión profunda o DSV de su acrónimo en inglés). Los dos van a tener una lucha a muerte desde el faro de la isla con unos seres extraños que emergen de la profundidad del océano por la noche. Una novela de intriga, perteneciente al género fantástico y de aventura.

Así comienza la novela:
     Nunca estamos infinitamente lejos de aquellos a quienes odiamos. Por la misma razón, pues, podríamos creer que nunca estaremos absolutamente cerca de aquellos a quienes amamos. Cuando me embarqué ya conocía este principio atroz. Pero hay verdades que merecen nuestra atención, y hay otras con las que no conviene mantener diálogos.
Tuvimos la primera visión de la isla al amanecer. Hacía treinta y tres días que los delfines habían renunciado a nuestra popa y diecinueve que la tripulación arrojaba nubes de vaho por la boca. Los marineros escoceses se protegían con manoplas que les llegaban hasta el codo. Vestían pieles tan contundentes que hacían pensar en cuerpos de morsa. Para los senegaleses aquellas latitudes frías eran un suplicio, y el capitán toleraba que empleasen aceite de patata como maquillaje protector, en las mejillas y en la frente. La materia se diluía y se les filtraba por los ojos. Lloraban, pero nunca se quejaban.
- Su isla. Fíjese allí, en el último horizonte -me dijo el capitán.

Trufada con abundantes reflexiones como esta:
Hay ocasiones en que negociamos nuestro futuro con el pasado. Uno se sienta en la roca apartada y hace esfuerzos por conseguir un pacto entre aquello que fue, grandes derrotas, y aquello que todavía ha de venir, auténtica oscuridad. En este sentido confiaba en que la suma de tiempo, reflexión y lejanía hiciera milagros. Sólo eso me había llevado hasta la isla. (C. II)

El abandono de su patria fue obligado para un hombre como él:
Como buenos irlandeses, después de cada derrota nos dedicábamos a preparar, con entusiasmo, la siguiente derrota. Y sin embargo fue esta insistencia de termitas lo que acabó robándole el aliento al enemigo. Hubo un día feliz. Un día que, paseando por Dublín, comprendí que ya no vestía el uniforme de camuflaje sino, sencillamente, de paisano. La diferencia no estaba en la ropa, la diferencia era que ya no tenía miedo. Los ingleses se retiraban.
He dicho que hubo un día feliz y sólo uno. Muy pronto se me apareció un mundo desolador. Nuestros dirigentes gobernaban con un despotismo simétrico al de los ingleses.
(...)
Nuestra patria no era una geografía, era una idea de futuro.

Los seres extraños y el comienzo de la lucha:
El faro se había apagado. Con mil precauciones abrí una ventana. No estaban. Por el horizonte se extendía una delicada franja violeta y naranja. Me dejé caer al suelo como un saco, aunque con la pala en las manos. Dentro de mí pugnaban dos o tres sentimientos nuevos y desconocidos. Un rato después se hacía visible un pequeño sol que flotaba sobre las aguas. Una vela en la oscuridad calentaría más que aquel astro sometido al velo de las nubes. Pero era el sol. En aquellas latitudes australes el verano tenía unas noches extraordinariamente cortas. Había sido, sin duda, la más corta de mi vida. A mí me había parecido la más larga.

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