El Aula José María Valverde nos ha permitido acercarnos a la escritora Laura Freixas, una autora para nosotros importante.
Decimos importante por su labor en definir y aclarar y concretar y modificar el canon lector. Importante por su labor de editora y traductora de autores (pero sobre todo autoras) que ya son imprescindibles en los anaqueles de nuestras bibliotecas, personales, públicas y escolares. E importante por su producción narrativa que nos muestra un mundo de experiencias de mujeres capaz de explicar el mundo en el que vivimos.
Laura Freixas nace Barcelona, en 1958 en el círculo de la alta burguesía catalana, y es una de esas mujeres que están consiguiendo que ellas, las mujeres, comiencen a ser de verdad seres históricos, tanto como los hombres, pues entre otras ha ayudado a poner las cosas en su sitio.
Estudió en el Liceo Francés de su ciudad. Tal vez de la señorita Ruidor heredó su gusto por Santa Teresa. “Sea el Señor alabado, que me libró de mí”. Allí, en esa Barcelona vivió Freixas rodeada de mujeres que viven la feminidad como una minusvalía. Se licenció en Derecho en 1980, pero se ha dedicado siempre a la literatura, porque le costó cinco años saber que en la vida hay que hacer lo que nos gusta y no lo que creemos que es lo más conveniente, porque nos lo dicen los demás, o porque lo hace todo el mundo. Les contaré una anécdota: hizo la tesina sobre Alejandra Kolontai. Ella se tenía que interesar sobre sus ideas. Pero además le preocupó para su trabajo su biografía, sin olvidar su vida amorosa. Aprendió que separar vida privada y vida pública sólo es posible con los hombres, cuyas necesidades afectivas suelen estar resueltas gracias a la dedicación de las mujeres. El profesor que dirigía su trabajo, al que ella admiró en sus años universitarios, dijo, sin que supiera que ella todavía estaba cerca, que el trabajo le había parecido una “fotonovela”. Esas palabras le confirmaron lo que en el fondo siempre había sabido: ella no quería ser abogada, ni profesora, ni política, sino novelista. E hizo lo que sabía que había que hacer: escribir.
Escribir y mostrar lo que otras mujeres escriben. Y por eso ha sido editora, ha dedicado mucho trabajo a la crítica literaria y a la traducción. Pero también es para nosotros, junto a otras mujeres como Marina Mayoral o Fanny Rubio una de las mejores conocedoras de la literatura hecha por mujeres. Muestra son los relatos de Madres e hijas, tan imprescindible que no hay otra obra que le sustituya. Aunque en el estante está junto a los Cuentos de amigas, de 2009. Así pone los nombres en su sitio, nos muestras sus obras y así, queriendo, hacernos saber que hay otro canon posible en el que la mirada de las mujeres sobre lo femenino importa y mucho.
Y es que ha habido que acabar con tópicos que leemos en la prensa, que están en sus titulares, pero que no se corresponden con la realidad. ¿Alguien se quiere entretener en contar los nombres de mujeres que aparecen en los manuales de literatura que utilizamos en los institutos? Se termina pronto. Quebrando, rompiendo los tópicos (la presencia de las mujeres en nuestra literatura, etc) ella es la autora de aquel influyente trabajo, ahora sí, Literatura y mujeres, del año 2000, y más tarde, en el 2009, La novela femenil y sus lectrices. Las tesis aparecen muy claras. La presencia de la mujer en la literatura no se corresponde con lo que se pregona. Es necesaria una literatura hecha por mujeres para poder contar, mirar, el mundo femenino desde la perspectiva de las mujeres. Que dejen de ser en la novela pálidas novias, vagas enfermeras o infelices putas de lujo. Un dato para las estadísticas: de entre todos los autores que han pasado por el Aula José María Valverde, sólo un 18% eran mujeres.
Es editora y por eso pudimos leer en la colección El espejo de tinta, de la editorial Grijalbo a Amos Oz. La muerte de la colección la vivimos a la par que la traducción de los Diarios de Virginia Woolf , atentos, en Una vida subterránea. Menos de lo que quisiéramos vemos su firma en Babelia, aunque que también la encontramos en Revista de libros, o en Letras libres, o en Mercurio… y es columnista del periódico La Vanguardia. Lean aquel en el que nos hablaba sobre la cuadratura del círculo al plantear el problema catalán pues el independentismo ha optado por sustituir la razón por otra cosa: el pensamiento mágico, en detrimento del debate de ideas. O aquel en el que escribía sobre el derecho de la mujer a la maternidad, para no ser un recipiente. O lean aquel en el que nos habla de esos calcos, falsos amigos les llamamos nosotros, que inundan nuestra lengua, para pedirnos que, no sin ironía, “si tanto, en fin, adoramos el inglés, ¿por qué nos empeñamos en traducirlo a esa lengua provinciana y obsoleta que nos ha tocado en suerte? Basta de chapurrear un spanglish vergonzante: pasémonos con armas y bagajes a la lengua del imperio... Pero si no lo hacemos, utilicemos la nuestra con la cara muy alta: con la máxima corrección, vitalidad, belleza. Porque siempre valdrá más ser voces que ecos desteñidos y serviles.
Ha publicado libros de divulgación como Taller de narrativa (1999), fruto de los talleres de escritura en los que ha participado; y hemos podido conocer la figura y la obra de la escritora brasileña Clarice Lispector bajo el título Ladrona de rosas (2010).
Pero es antes que nada ella es escritora, narradora. Permítanme que hable de sus libros de manera desordenada, para poner orden también a la figura de Freixas.
Así, Adolescencia en Barcelona hacia 1970, que nos recuerda aquel título de Benet, nos presenta el mundo de una mujer que creció entre dos lenguas, la catalana y la castellana, pero que se volcó en la francesa. Vivió, en un mundo en el que le decían tenéis que ser señoras, en una Barcelona que decía adiós a Franco y que le hizo tener la sensación por primera y última vez en su vida de participar en la Historia con mayúscula, de tocarla y moldearla con la mano. Estalló una libertad sin duda para la que no estábamos preparados, pero tan inesperada, tan nueva, tan soñada, que la euforia que nos produjo el disfrutarla todavía nos dura. Aunque ya no sea todo el poder para los soviets y todos nos hayamos convertido en pacíficos dentistas y en amas de casa.
Porque tras la Constitución del 78 llegó el cansancio, “como los niños a última hora del día de Reyes, cuando ya han abierto todos los regalos, han jugado con todo un poco, se han peleado, han roto alguno y ya sólo quieren cenar e irse a la cama. Dispérsense, nos gritaban los policías en las manifestaciones; y eso estaba haciendo la vida con nosotros: dispersarnos.”Era como despertarse de una larga borrachera; hacía frío, no había café y nos dolía la cabeza.
En esa época comprendió que se vive mejor en Babia. “¡Freixas! ¡Repite lo que acabo de decir! Los mayores eran unos aguafiestas. Yo naturalmente no tenía la menor idea de lo que acababa de decir. “Esta niña! ¿Siempre está en Babia, en las nubes, pensando en las musarañas! Decían las profesoras, y las demás niñas le llamaban “el sabio despistado”. Vivía en Babia porque ella se sentía un bicho raro, por su nacimiento, por su origen que sentía como un cruce contra natura. Una muchacha que le dice adiós a Franco y bienvenidas a las revoluciones (política, sexual) y el gozo de cambiar el mundo, de ser agente que hace la historia. Aunque al final pasó como al valentón, nos dice, de Cervantes: “caló el chapeo, requirió la espada, miró de soslayo, …, fuese y no hubo nada”.Y es que, por ejemplo, Pina López Gay tuvo un alto cargo en la EXPO de Sevilla, y luego enfermó y se fue para siempre. Todavía hoy, cuando leemos memorias de la transición, buscamos su nombre en el índice onomástico para saber en qué página habla de ella y encontrar así algunos recuerdos que tal vez sean nuestros. En fin, para terminar todo aquello le tocó escribir una novela por encargo del señor C.: La última esperanza.
Hemos dicho que es narradora, muy buena narradora, podemos decir hablando de verdad. Se dio a conocer en 1988 con una colección de relatos, El asesino en la muñeca: Se decía por parte de la crítica que ya podía empezar el boom de la joven narrativa española. Verán: seguro que han leído el primero de los cuentos el de aquella mujer que acumulaba tantas palabras que tuvo que dejarlas salir de su casa, en fin un incendio de palabras. El que lo lea o lo haya leído dirá ¡Esto es Millás!. Sí, sí, Millás. Es Freixas, pero de 1988, cuando él escribía eso de El desorden de tu nombre, que no debe estar tan mal como ahora lo recuerdo. Son diez cuentos que terminan por hacernos ver que nosotros, como ella, como el Director, llevamos, tic-tac, tic-tac, el asesino en la muñeca. ¿¡Cómo es posible que unos cuentos tan alegres, tan divertidos, tan libres, sean tan tristes, tan opresores!? Eso, creo, sólo es posible si quien los ha escrito es una verdadera escritora, que conoce bien cómo funciona de verdad la literatura.
En 1997 se publicaría su primera novela, Último domingo en Londres, una novela poética, rabiosa, pero también desoladora.
A Último domingo en Londres le seguiría Entre amigas, una novela de 1998 y que nosotros luego, mucho después hemos visto nacer mientras enmendaba y arreglaba y modificaba y corregía la anterior. Eso, y mucho más, nos contó en Una vida subterránea, su diario de entre 1991 y 1994.
Entre amigas no es sólo un día en la vida de Eli, cuando ya tiene treinta y tantos años, y un marido y unos hijos, y unas oposiciones que esperan, y curiosidad “no tengas pena que yo te daré libro vivo”. Un día que es un reencuentro con su amiga, a la que adoraba, pero que también era su rival, que la oscurecía, y la ocultaba, y ahora que se han citado, y están frente a frente, el pasado cobra sentido (el pasado solo cobra sentido en el presente) y comenzamos a entender las relaciones entre adultos, el arte, las artes todas, el amor, las relaciones entre madres e hijas, la amistad, el amor otra vez, la militancia política. Así, en ese día con Tina, Eli conocerá sus respuestas, y sabrá y supondrá lo que va a decir, lo que hubiera dicho Tina en otro momento. Pero primero, en aquella Barcelona de 1975 de la que hablábamos antes, cayó sobre la vida de Eli un meteorito: Tina. Y la admiró y la odió. Y al final sabemos que aquello que cayó sobre ella, aquel meteorito, o pájaro mitológico, no era más que cañas y papel pintado. Pero vuela alto, de tan alto de alto…
¡Qué buena es la narradora que nos guía a lo largo de la novela, que sin movernos de la cafetería, de las escaleras del Sacre Coeur, del apartamento, de la cafetería, sin movernos de un día, nos lleva a lo vivido, todo lo que terminó quince años antes, a lo olvidado, a también lo no sabido. Conocemos lo que hablan y lo que piensa Eli conforme hablan, para comprender que la madurez era esto, y tratar así de responder a las preguntas importantes que nos hace siempre la literatura: ¿quién eres?, ¿qué estás haciendo con tu vida? Eli y Martine, que se llama igual que la tía Martina, hermana mayor de su abuela, capaz de hacer novillos, de subirse a los árboles para robar fruta, de bañarse en los charcos. Y al final, ya sé qué he hecho con mi vida aunque todavía no sé quién soy.
También es autora de Amor o lo que sea (2005 y 2011), además de haber publicado otro libro de relatos Los otros son más felices y Cuentos a los cuarenta.
Su último libro publicado es Una vida subterránea. Diario 1991-1994, lejano en el tiempo porque se publicó sólo hace dos años. Un diario, que se escribe en secreto y, como ella dice, le permite mostrarse de verdad como es de verdad. Ya nos hemos referido algunas veces a él. Desde que se instala en Madrid nos muestra con este diario cómo lucha por ser de verdad artista, escritora, buena escritora, lleno de literatura de una mujer que busca, encuentra creo yo, la madurez personal, la madurez como mujer. El diario trata de poner en claro qué es lo que quiere para su vida: ¿la ambición?, ¿el trabajo arduo?, ¿la celebridad? O ¿aquello que escribió cuando tenía veintidós años: “llevar una vida lo más libre, lo más subterránea posible, y escribir”?
Y escribir, ¿sobre qué?: su tema en la literatura es el paso del tiempo, que llega a transformar nuestra visión del mundo. La novela como repaso al tiempo, dice en algún día de octubre del año 91. Y una reflexión constante: la aceptación de que la insatisfacción, la tristeza por lo que no se tiene, la incertidumbre son la urdimbre misma de la condición humana.
Atentos. A veces sucede que, lo leemos en los periódicos, y lo vemos en los televisores, que se le hacen escraches a los políticos, a los banqueros, a quienes parece que lo merecen. Dicen que se sufre. Ya lo creo. Pues con los libros de Laura Freixas, a veces también sufrimos escraches. Estamos en nuestras casa, apaciblemente y abrimos uno de sus libros, y lo leemos. Y ya está el escrache, pues ella nos presenta las experiencias de la vida, experiencias femeninas, y nos pregunta y no tenemos respuestas. O mejor: esas experiencias femeninas son las respuestas. Aunque al final nos salvamos del analfabetismo ético. El dolor y el gozo del dolor. Que así es y así sea.
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