martes, 18 de marzo de 2014

EL CENTENARIO DE PLATERO Y YO 1914-2014

Esta es la portada de la edición conmemorativa  del centenario de Platero y yo. Una buena ocasión para adquirirla y leerla o releerla.
Fernando Savater tiene una colaboración con EL PAÍS que merece ser leída. DESPIERTA Y LEE  este 18 de marzo nos lleva a través de sus palabras a una conmemoración: el centenario de la publicación de Platero y yo. Elegía andaluza del poeta  Juan Ramón Jiménez, nacido en el pueblo blanco y azul de Moguer.
DESPIERTA Y LEE

Borriquito como tú

Fernando Savater/ 17 de marzo de 2014
Mi madre fue la encargada de comprarme todos los primeros libros de mi vida, los decisivos: Chesterton, Salgari, Kipling, Julio Verne, Stevenson, Melville… los que han venido luego han sido apéndices o notas a pie de página. Mi padre propiciaba y estimulaba la adquisición de tantos tesoros pero como elección personal sólo recuerdo que me regalase un libro: Platero y yo. Un libro pequeño y fragante, de tapas azules, poco mayor que los de la colección Crisol de Aguilar que tanto me gustaban, con unas pocas ilustraciones de dibujos estilizados. No sé si era una edición completa del clásico de Juan Ramón Jiménez que hoy cumple cien años, desde luego carecía de los prólogos y notas que ahora suelen acompañarlo y quizá abrumarlo un poco. El título sí estaba completo, Platero y yo. Elegía andaluza.Yo sabía que mi padre era andaluz, pero no sabía lo que era una elegía…
Leí el libro con mi impetuosa velocidad habitual de entonces (ahora sólo leo deprisa los libros que no me gustan) y me dejó desconcertado. En el prólogo para una nueva edición que no llegó a publicarse, Juan Ramón afirma: “Yo (como el grande Cervantes a los hombres) creía y creo que a los niños no hay que darles disparates (libros de caballerías) para interesarles y emocionarles, sino historias y trasuntos de seres y cosas reales tratados con sentimiento sencillo, profundo y claro. Y esquisito”. A mí en cambio me apasionaban entonces y también ahora los “libros de caballerías” —de los que me encanta hasta el nombre— y todos esos disparates que incluyen aventuras insólitas, intrigas, tormentas, piratas, monstruos y aullidos en la oscuridad. Y sin embargo me fascinaron las viñetas en que se cuenta la amistad del borriquillo y el poeta en el decorado cálido del pueblo andaluz, con sus chispazos de gozos elementales y de tibia desolación. A medio camino me salté páginas para llegar al momento temido de la muerte de Platero, ese disgusto inevitable que fue quizá mi primer luto familiar.
Así tropecé por fin con el estilo literario, es decir no con la manera de contar eficazmente algo en sí mismo interesante sino con la forma pura y dura (dos adjetivos que al poeta de Moguer le gustan mucho, por cierto) que despierta interés, cuente lo que cuente. Esa esquisitez,según su peculiar ortografía, en Platero y yo no implica amaneramiento alguno, porque Juan Ramón era poeta cabal también en prosa, aunque en otros he aprendido a temerla luego. “Desde niño, Platero, tuve un horror instintivo al apólogo, como a la Iglesia, a la guardia civil, a los toreros y al acordeón”: comparto sus dos primeros horrores y añado otro, sobrevenido, por los literatos que hacen pagar al lector su esfuerzo en pos de la obra maestra. Pero hoy, volviendo a ese Platero al que no visitaba desde la niñez, me asombra cuantas imágenes me dejó grabadas, como la del poeta enlutado de barba nazarena cabalgando la blandura gris del burro mientras los chiquillos le siguen gritando “¡el loco, el loco!”.
También recuerdo que Agustín García Calvo compuso un delicioso poemario con asno al fondo, titulado Al burro muerto… (Lucina).
PLATERO Y YO 


PLATERO
I
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: “¿Platero?”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra... Cuando paseo sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
- Tien’ asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.



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